Museo Tagore. El templo de los sueños

En Kolkata (Calcuta, India) no se puede traspasar los cuidados jardines de la casa museo del célebre poeta Rabindranath Tagore, sin antes sentir la omnipotente presencia del padre mirándonos desde un pedestal del jardín esculpido en bronce, como si aún se empeñara en proteger como un cancerbero feroz la memoria del poeta. La barba y noble cabeza es tan parecida a la de su hijo que por un momento se lo confunde y uno acude a él, para rendirle pleitesía. Pero luego de reparar en el nombre debajo de la escultura, Debendranath Tagore, uno se da cuenta del error y no le presta demasiada atención. Sin embargo, la historia de esa inmensa mansión hace que te vuelvas sobre tus pasos y de nuevo le rindas honor a ese padre soñador e intentes redescubrir los más íntimos deseos que tuvo para con su hijo.  Es que es común que se diga que un padre desea lo mejor para sus hijos. Y en este caso Debendranath padre de Rabindranath, parece que premeditó a sabiendas esa laberíntica mansión repleta de habitaciones rodeada por largas galerías con pisos de mármol y deslumbrantes jardines. Todo parecía estar orquestado para crear un templo que protegiera los sueños poéticos del futuro premio nobel de literatura y salvaguardara así el rico acervo cultural de su entrañable hijo. Un niño que dio su primer estallido de vida en 1861, en un oscuro cuarto de no más de 2X2 y 80 años más tarde, en el mismo edificio, daría el último suspiro en una habitación cercana.

Parecía que para el joven Rabindranath la vida y la muerte estaban contenidos en las paredes de su propio palacio. Allí recibió a grandes personalidades como Mahatma Gandhi y Albert Einstein entre otros. Sin embargo, su espíritu inquieto lo llevaría a recorrer el mundo e incluso llegar a la Argentina y visitar a su no menos inquieta amiga, Victoria Ocampo, mecenas de grandes autores como Borges y Bioy Casares.  Los muebles de la casa de Tagore, así como los innumerables objetos de colección de sus viajes por el mundo China, Japón y países de Latinoamérica están expuestos de manera generosa para el deleite de los ojos de los turistas. Están allí prolijamente ubicados, como tesoros que surgieron de las profundidades del corazón de un poeta y florecieron y se ampararon en el tiempo. Él también supo conservar la memoria de la mujer que falleciera luego de dar a luz a un hijo, al punto de no volverse a casar.  Hombre prolífico en materia cultural, no sólo se contentó con escribir, sino también incursionó en la filosofía, la música (los Himnos nacionales de Bangladesh e India son de su autoría) y también interpretaba en una de sus grandes salas obras de teatro para deleite de sus invitados.

Al cumplir los 60 años y cuando ya sentía que la vida se le iba en ocasos, decidió pintar. Un sobrino suyo, gran pintor reconocido, se ofreció a ayudarlo y de inmediato el sabio Rabindranath le dice que con esa técnica demoraría años en aprender y que él ya no tenía tiempo, que lo dejara que iba a crear su propio estilo. Así lo hizo y pintó hasta antes de morir. Sus cuadros engalanan las frías paredes del lugar. Este no es un museo más de los tantos en el mundo, tal es así que antes de traspasar su umbral se te obliga a descalzarte, a apagar los celulares y caminar en respetuoso silencio, como en los numerosos templos de la India, pero en este caso es un museo-templo consagrado a la cultura y a la memoria de un grande de la humanidad.

 

Por Gladys Mercedes Acevedo para elephant Minds, marzo 2019.

Foto: la autora junto a la Directora del Museo de Rabindranath Tagore, Sra. Tumimojari Rabisankar

Visita de la autora al Museo en India

Museo Tagore